COLUMNA: CIUDAD ABIERTA
Por Gustavo Armenta
Conozco a cuatro amigas que desde hace años acostumbran ir juntas a Acapulco por lo menos dos veces al año, para descansar. Siempre regresan hablando maravillas de este destino y de lo bien que se la pasaron, a pesar de que aceptan, con una buena dosis de nostalgia, que la Costera Miguel Alemán, principal avenida de la ciudad, ya no tiene la vida nocturna que lo hizo famoso en sus largos años de esplendor.
La semana pasada, este grupo de amigas cumplió con su personal tradición y viajó a Acapulco, pero esta vez la historia fue muy diferente: mientras comían en el restaurante del hotel, muy cerca de la playa, escucharon detonaciones y vieron a mucha gente que entraba corriendo al hotel para refugiarse.
La primera versión que escucharon fue que desde una lancha varios hombres le dispararon a un vendedor en la playa, el cual quedó muerto sobre la arena. Según cuentan, el Ministerio Público tardó más de cuatro horas en llegar al lugar y durante todo ese tiempo el cadáver flotó sobre la resaca de las olas, al compás de la marea, hasta que unos policías finalmente lo llevaron arena adentro y lo cubrieron con una sábana.
Como si no hubiera sido suficiente con ese susto, al día siguiente, en el mismo lugar, mientras ellas estaban asoleándose junto a la alberca, hubo de nuevo un tiroteo y desde una lancha que se orilló a la playa lanzaron dos cadáveres envueltos en plástico.
Según reportaron algunos medios informativos, los hechos se registraron a un lado del club de playa La Playita, cerca del hotel Calinda. Otro cuerpo fue encontrado en la playa de Icacos.
Guerrero, donde se encuentra Acapulco, siempre ha sido uno de los estados más pobres del país, lo que provocó que ahí se incubara el principal movimiento guerrillero de nuestra historia, en los años 70 del siglo pasado, encabezado por Genaro Vázquez Rojas y Lucio Cabañas, ambos muertos durante su lucha. Fueron años de violencia por motivos políticos que se dio en la sierra guerrerense, pero no en sus destinos turísticos. Por el contrario, eran los tiempos en que Acapulco gozaba de fama mundial, su mejor época.
El crimen organizado comenzó a manifestarse en Acapulco a principios de este siglo, cuando a principios de 2005 asesinaron en la calle al presidente de la Oficina de convenciones y Visitantes, Alejandro Iglesias Aragón. El gobierno local rápidamente calificó a ese crimen como “un hecho aislado”, pero le siguieron cuarenta ejecuciones realizadas por sicarios en ese mismo año.
Desde entonces, la violencia en el puerto no ha cesado y ha ido en aumento: incendios de hoteles, bares y restaurante por no pagar derecho de piso; asesinatos de periodistas; extorsiones a maestros de las escuelas; persecuciones y balaceras en plena Costera; y tiroteos en diversas partes de la ciudad. Aún se recuerda la noche en que, durante un Tianguis Turístico, un grupo de reporteros quedó atrapado en medio de un enfrentamiento al regresar de una cena que el gobierno del estado ofreció en el Fuerte de San Diego. Y ni qué decir de la discoteca más icónica de Acapulco, el Baby´O, que fue incendiada por hampones en septiembre del año pasado. Las cámaras del lugar registraron cómo tres hombres entraron al lugar, lo rociaron con gasolina y luego le prendieron fuego.
A todos los que por primera vez vimos el mar en Acapulco, a quienes vivimos sus mejores días y noches, nos duele ver su decadencia, pero sobre todo, que se ha convertido en rehén y víctima del crimen organizado sin que las autoridades estatales y municipales, de distintos partidos políticos que lo han gobernado en lo que va del presente siglo, han sido incapaces de solucionar el problema.
Por este deterioro e inseguridad, los turistas extranjeros han dejado de ir. Sus vuelos internacionales son muy pocos y los mexicanos cada vez más dudan en regresar. Por eso mis amigas, que habían hecho de sus vacaciones acapulqueñas una tradición, hoy piensan que el próximo año elegirán otra playa para vacacionar. ¡Qué lástima!