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El Turismo Religioso, un segmento subvaluado

Basílica de Guadalupe. Foto: Wikimedia Commons

COLUMNA: CIUDAD ABIERTA

Por Gustavo Armenta

Para regocijo de muchos y enojo de una buena cantidad de patrones, por el ausentismo laboral que suele conllevar, oficialmente arrancó ya el jubiloso maratón “Guadalupe-Reyes” que, como todos sabemos, inicia el 12 de diciembre con la celebración del Día de la Virgen de Guadalupe y culmina el 6 de enero con la epifanía de los Reyes Magos y la reunión familiar para comer Rosca de Reyes.

En ese lapso de 26 días se incluyen las festividades que tienen que ver con el acontecimiento más importante de la fe cristiana: el nacimiento de Dios en la Tierra, como las Posadas, que duran nueve días seguidos; la Navidad, fecha cumbre; y la adoración de los Magos venidos de Oriente que llegaron a Belén de Judea para rendir tributo al Dios recién nacido. Y ya de pilón, también está la celebración del cambio de año, del Año Nuevo, que marca el calendario Gregoriano, establecido por un Papa católico, Gregorio XIII, hace cinco siglos.

De manera que durante casi un mes, los mexicanos tenemos una larga fiesta intermitente que, ¿por qué no?, también nos permite viajar para pasar alguna de estas fechas tan simbólicas con familiares o amigos.

Sin embargo, con excepción del 12 de diciembre, que conmemora la aparición de la Virgen de Guadalupe al indígena Juan Diego, ninguna de las fechas restantes de este maratón cabe en las estadísticas del segmento de Turismo Religioso.

Desde el 2009, en un documento denominado “Dimensionamiento del Turismo Espiritual en México”, el gobierno hace la siguiente definición: “El Turismo Religioso se refiere a las personas que realizan viajes a puntos de destino donde la motivación primaria de visita está dada por aspectos de carácter religioso, manifestadas principalmente en peregrinaciones o viajes con una connotación claramente asociada a una expresión de fe”.

En ese mismo texto hace esta clasificación: Peregrino es quien se traslada con una “motivación de origen religioso, su interés es cumplir con una promesa auto impuesta de llegar a presentarse ante el lugar sagrado, sin importar los medios o sufrimientos necesarios para alcanzar su objetivo”.

Luego está el Turista Religioso, quien “en un principio es peregrino, pero tiene además un interés cultural paralelo al religioso”. Finalmente, también existe el Turista Secular, que es aquel que “no tiene una motivación mística al visitar el lugar de culto y tan sólo acude atraído por un deseo de tipo cultural, histórico o social”.

Y añade esta conclusión: “Por lo tanto, el turista religioso y el secular, a diferencia del peregrino, esperan encontrar en el lugar visitado una serie de servicios que le permitan hacer de su estancia algo placentero y que le dejen un recuerdo positivo del lugar; es decir, en su etapa de turista no desea sufrir sacrificios o mortificaciones corporales, por el contrario, espera ser complacido y sobre todo vivir experiencias que no puede encontrar en su lugar de origen y que es el motivador para que el turista decida permanecer en el lugar visitado”.

En consecuencia, uno debe entender, supongo, que turista es quien viaja por placer y peregrino es quien viaja motivado por la fe, aunque pase hambre, frío, cansancio o sacrificios. También, creo, debemos entender que el concepto de Turismo Religioso lo determina el destino al que se viaje y no la fecha o celebración que propicie la oportunidad de viajar, como la Navidad, por ejemplo.

Atrio de Las Américas con la Nueva y Antigua Basílica de Guadalupe al fondo. Foto: Juan Carlos Fonseca Mata
Atrio de Las Américas con la Nueva y Antigua Basílica de Guadalupe al fondo. Foto: Juan Carlos Fonseca Mata

Estoy seguro que si pusiéramos esta clasificación en una mesa de debates generaría una intensa discusión. Pero, más allá de eso, hoy la realidad de las estadísticas afirma que el Turismo Religioso provoca una derrama económica anual en nuestro país de veinte mil millones de pesos, o al menos así era hasta antes de la pandemia del Covid-19. Apenas hace unos días escuchamos en los noticieros que más de once millones de peregrinos visitaron la Basílica de Guadalupe por la celebración de la virgen, fiesta que no es exclusiva de los mexicanos, ya que las autoridades estiman que el 12 de diciembre atrae visitantes procedentes de Estados Unidos, Colombia, Brasil, Argentina, Bolivia, España, Italia y Filipinas, entre otras naciones.

Aún más, con datos del sector eclesiástico, el gobierno señala que 40 millones de personas participan cada año en peregrinaciones hacia los diez centros religiosos más importantes de México: Virgen de Guadalupe, en la Ciudad de México; Virgen de la Inmaculada Concepción de San Juan de los Lagos, Virgen de Zapopan, Virgen de Nuestra Señora del Rosario, Santo Toribio Romo, en Santa Ana de Guadalupe, en Jalisco; Señor de Chalma, Estado de México; Virgen de Nuestra Señora de Juquila, Oaxaca; Santo Niño de Atocha, Zacatecas; Cristo Rey, Guanajuato; y San Miguel del Milagro, en Tlaxcala.

Curiosamente, el gobierno incluye en las actividades de Turismo Religioso a los sacramentos, uno de los cuales es el matrimonio, pero si bien se ve imposible contabilizar cuánta gente viaja para asistir a un bautizo, que se realizan en iglesias, con la fiesta en casas particulares o salones privados, sí se tiene contabilizada la derrama que generan los viajes por bodas, a lo cuales, incluso, se les considera como un segmento aparte llamado “Turismo de Romance”, rubro en el que México es uno de los preferidos, principalmente por sus playas del Caribe.

Sin duda, el Turismo Religioso es muy importante para nuestro país, pero es posible que todavía esté subvaluado. Porque la fe, en todas sus expresiones, mueve montañas… de tierra y de dólares.

gustavo.armenta@traveltimes.com.mx

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