COLUMNA: CIUDAD ABIERTA
Después de transitar un largo camino y dificultades, esta semana fue inaugurado el Gran Acuario Mazatlán, proyecto que se concibió, desarrolló y llegó a ser realidad gracias el empeño de un empresario oriundo de este puerto de Sinaloa: el hotelero Ernesto Coppel Kelly, hoy más conocido por participar en el programa televisivo Shark Tank, que por ser el propietario de la cadena de hoteles Pueblo Bonito.
Por: Gustavo Armenta
Con la intención de aportar algo a su tierra, que al mismo tiempo funcionara como atractivo turístico, todo empezó hace diez años cuando se le ocurrió que podía construir en Mazatlán un museo en el cual se exhibieran muchas de las miles de piezas que tiene embodegadas el Museo Nacional de Antropología de la Ciudad de México. Esa idea me la comentó un día que nos vimos a mediados de 2013.
Pero eso fue sólo el inicio. A la idea original le fue agregando otras, hasta que, un año después, el proyecto del museo evolucionó a un concepto mucho más grande: edificar un complejo que incluyera el rescate del bosque de la ciudad en un área de treinta hectáreas, con una laguna, museo interactivo, aviario y un nuevo acuario, así como un ancho puente peatonal panorámico que conectara todo con el malecón del puerto. En resumen, una especie de Central Park tropical.
Así que en 2014 ya tenía aterrizada la idea de lo que quería, pero ahora venía el turno de pensar en el financiamiento de este sueño que, a todas luces, costaría mucho dinero. Su primer golpe de suerte lo tuvo en mayo de ese año, cuando durante la inauguración del Tianguis Turístico que se efectuó en Cancún, el entonces presidente Enrique Peña Nieto anunció que había ordenado la incorporación del sector turismo al Programa Nacional de Infraestructura, con lo que destinaría 180 mil millones de pesos para ampliar la infraestructura turística del país, lo cual incluía la construcción de por lo menos veinte parques públicos en las principales playas.
Coppel Kelly rápidamente solicitó una cita con la entonces titular de la Secretaría de Turismo federal (Sectur), Claudia Ruiz Massieu, con la cual se entrevistó un par de meses después. Al verla le comentó: “¿Te acuerdas que el presidente dijo en Cancún que construiría veinte parques públicos en todo el país? Pues ya nada más tienes que buscar 19, porque aquí te traigo uno”, y le enseñó su proyecto. En total, se requerían 2 mil 340 millones de pesos, de los cuales había que destinar mil 200 millones para el nuevo acuario.
En ese momento, Ernesto Coppel era un empresario hotelero e inmobiliario que poseía activos que ascendían a 935 millones de dólares, más otros 208 millones de dólares de proyectos que tenía en desarrollo; sus hoteles sumaban dos mil 150 cuartos y daba empleo a cuatro mil 200 personas, principalmente en Los Cabos, Baja California Sur, y Mazatlán.
Durante varios años buscó levantar capital de diferentes fuentes. En julio de 2014 juntó en un desayuno a los veinte principales empresarios de Mazatlán para invitarlos a formar parte del proyecto y aportar fondos para formar un fideicomiso. A esa reunión asistió Marinela Servitje, quien les presentó el bosquejo de lo que sería el museo interactivo, pero a final de cuentas, ninguno quiso participar.
Ante esto, Coppel no desistió. Buscó otras alternativas. En 2018 habló con el empresario Guillermo Zerecero y le dijo: “Me metí en una enorme bronca. Me tienes que ayudar a salir de ella”, y lo nombró director del proyecto hasta lograr que fuera realidad. Así, el asunto fue conceptualizado y coordinado por Zerecero hasta la integración de una Asociación Público-Privada (APP).
En octubre de ese año se firmó la constitución de la APP, la única que existe en la industria turística del país, por medio de la cual el Gobierno Federal aportó fondos a través del Gobierno de Sinaloa de la siguiente manera: 400 millones de pesos de Sectur, 185 millones de pesos del Fondo Nacional de Infraestructura (Fonadin) por medio de Banobras y 615 millones de pesos del desarrollador que ganara la licitación pública internacional a la que se convocó. En total, mil 200 millones de pesos que se destinarían exclusivamente para la construcción y equipamiento del nuevo acuario.
La empresa que ganó la licitación fue Kingu Mexicana SAPI de CV, que firmó un contrato que establecía que el desarrollador tenía un plazo de dos años para edificar el acuario, el cual operará durante 28 años. Pero también especificaba que si durante la construcción se incrementaba el costo, el gobierno ya no aportaría más recursos, todo el dinero extra tenía que ponerlo la empresa desarrolladora.
Y así comenzaron a trabajar. Pero en marzo de 2020 estalló la pandemia mundial del Covid-19 y todo se detuvo. Los dos años estimados para la construcción se extendieron a cuatro, incrementando los costos de mil 200 a mil 800 millones de pesos, aumento que tuvo que costear Kingu Mexicana, prácticamente el doble de su inversión programada inicialmente.
Pero Kingu no fue el único participante que apechugó las vicisitudes financieras. También Ernesto Coppel, al no encontrar apoyo en los empresarios mazatlecos, decidió ir solo en esta aventura. El cien por ciento de la parte privada la puso él, con dinero propio y financiamiento bancario que consiguió, para lo cual aportó más de dos mil millones de pesos en propiedades como garantía ante los bancos que apalancaron.
El gran acuario ya se inauguró. Es el más grande de América Latina y un gran atractivo para los turistas que visiten Mazatlán. Pero faltan todas las demás piezas del proyecto y en eso siguen trabajando. Hoy, varios de los actores políticos buscan colgarse la medalla de este logro, pero en realidad, sin duda, la historia de este sueño reconocerá que se hizo realidad por la tenacidad e ingenio de Ernesto Coppel Kelly, el tiburón que logró construir el nuevo acuario de Mazatlán. Y lo que falta.