COLUMNA: CIUDAD ABIERTA
La primera vez que estuve en San Cristóbal de las Casas fue en 1987, cuando el general Absalón Castellanos Domínguez gobernaba el estado de Chiapas. En esos días este poblado era un lugar tranquilo, con gran actividad comercial, lleno de colores indígenas, de su cultura y sus artesanías, donde vivían dos leyendas vivas: el obispo Samuel Ruiz y la suiza Gertrudis Duby Blom, misteriosa periodista y activista a la que fui a entrevistar en su casa.
Por Gustavo Armenta
Entonces San Cristóbal era muy divertido e interesante durante el día, pero al anochecer se convertía en un lugar aburrido. Los comercios cerraban temprano, la gente se retiraba a sus casas, el centro se volvía un sitio desolado y no recuerdo que hubiera algún bar o cantina donde tomarse una copa a esas horas. La única opción era el restaurante del hotel, que daba servicio hasta las diez de la noche. Después, no quedaba más que irse a dormir, leer un libro o ver televisión en la habitación. Sin embargo, se podía deambular tranquilamente a la medianoche por sus calles un tanto oscuras y llenas de silencio. La inseguridad no era problema.
Durante ese año y el siguiente, por cuestiones de trabajo viajé a Chiapas cada semana y recorrí casi todo el estado, incluyendo varias visitas a San Cristóbal, donde siempre me pareció que sus noches eran demasiado tranquilas para un reportero chilango. Después pasaron varios años para que regresara.
Fue hasta los primeros días de enero de 1994, cuando el Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN), con el subcomandante Marcos como cabeza visible, irrumpió en la tranquilidad de los Altos de Chiapas, que regresé a San Cristóbal de las Casas para cubrir la guerra que había estallado contra el Estado mexicano.
Encontré un poblado muy diferente, sin paz, convulsionado por la guerrilla zapatista, por los bombardeos y combates que se daban en sus afueras, ya que a tan sólo diez kilómetros se ubicaba el cuartel de Rancho Nuevo del Ejército Mexicano. Pero las noches eran las mismas, oscuras y silenciosas en las calles.
La gran mayoría de los periodistas que cubrimos el conflicto, nacionales y extranjeros, simpatizábamos con los insurgentes. Y gran parte de la opinión mundial también. Así que poco a poco fueron llegando internacionalistas de todas partes del mundo, para apoyar a los zapatistas. La guerra apenas duró doce días. Se paró cuando el presidente Carlos Salinas de Gortari ordenó el cese unilateral del fuego por parte del Ejército Mexicano. Luego vinieron meses de negociaciones por ambas partes en la catedral de San Cristóbal.
En ese trayecto, muchos de los internacionalistas, encantados con el lugar, decidieron quedarse a vivir. De esta manera, San Cristóbal pasó de ser una ciudad de indígenas y mestizos, mejor conocidos como “coletos”, a un lugar cosmopolita. Este repentino aumento de la población alteró la vida tradicional del lugar, generando una demanda inusual de productos y servicios como hospedaje, vivienda, alimentos y, por las noches, entretenimiento. Esto provocó la aparición de nuevos hoteles, casas, restaurantes, bares, tiendas y centros de diversión.
Cuando terminaron los combates me regresé a la Ciudad de México, no me quedé a cubrir las negociaciones porque se preveía que iban a ser muy largas. De nueva cuenta pasaron varios años para que regresara a San Cristóbal. Lo hice en una gira de Leticia Navarro, secretaria de Turismo en la primera mitad del gobierno del presidente Vicente Fox. Eran los primeros años del siglo XXI y me sorprendió ver que, como legado del conflicto bélico, las noches en la ciudad habían cambiado radicalmente. El primer día cenamos en un restaurante con música en vivo y de ahí nos fuimos a la inauguración de una ¡discoteca!, de donde salimos casi en la madrugada. Descubrí una ciudad con una activa vida nocturna, sedienta de no dormir y de experimentar la diversión nocturna de la cual siempre careció.
Pero esto no fue sólo producto de la llegada y permanencia de los internacionalistas, sino que la guerra y el efecto mediático que provocó el subcomandante Marcos con su mensaje, sus comunicados y su prosa, fueron la mejor promoción turística que nunca había tenido Chiapas, valuada en millones de dólares, así que en los años siguientes el turismo creció de una manera exponencial, tanto doméstico como internacional, incrementando la economía local.
Sin embargo, el desarrollo que suele generar la actividad turística en una localidad conlleva sus bemoles. Si no se tiene una autoridad bien preparada y a la altura de las circunstancias, este crecimiento también puede motivar situaciones negativas para la población. En un país como el México de hoy el crecimiento económico de una localidad también desata la voracidad del crimen organizado y San Cristóbal ahora sufre esta consecuencia.
Desde hace años la violencia delincuencial también irrumpió en la vida pacífica de San Cristóbal, sin que los gobiernos municipales –actualmente Mariano Alberto Díaz Ochoa–, ni los estatales, hoy encabezado por Rutilio Escandón Cadenas, puedan detenerla, a pesar de que la ciudad sigue siendo pequeña y los criminales, conocidos como los “Motonetos”, se paseen en caravana de motocicletas asolando la ciudad, asaltando a sus habitantes, asesinando impunemente y quemando viviendas, al grado que esta semana el gobierno de Estados Unidos emitió una alerta a sus ciudadanos para que no viajen a esta localidad.
San Cristóbal de las Casas es un gran lugar, pleno de historia, tradiciones, cultura, belleza y gente hospitalaria y pacífica. No se merece tener gobernantes tan limitados. Ahí, hoy más que nunca, debemos recordar que la incapacidad también es una forma de corrupción.